El informe del profesor Pablo Campra (Universidad de Almería, España) fue concluyente: las vacunas contienen, de modo inequívoco, óxido de grafeno. Tras un minucioso análisis que incluyó la utilización de un microscopio electrónico como de otras específicas tecnologías, se confirmó aquello que, hasta entonces, era una riesgosa especulación. No obstante, aquello que debiera haber sido recogido con alarma por todos los «grandes» medios del mundo (¡con qué diablos nos quieren «vacunar»!), pasó extrañamente desapercibido al punto de que ni siquiera hubo alguna mención aunque sea para desmentir o, al menos, cuestionar el estudio. Una sistemática y meticulosa ninguneada.
Pero no es algo que fuera a afectar el entusiasmo de la gente del medio español La Quinta Columna TV, ya que no solo dedicaron jornadas enteras a esta cuestión sino que, además, gracias a su abnegado esfuerzo periodístico, el PDF del «Informe Campra» ha dado la vuelta al mundo, a pesar del receloso silencio de los medios masivos de comunicación. Silencio, por cierto, que tiene una explicación y, justamente, un asidero: es que, a decir verdad, buena parte de la gente todavía no sabe qué es el «grafeno» y, muy probablemente, no haya escuchado hablar del mismo nunca antes en su vida. Los grandes medios no están, por lo visto, para revelarnos nada… sino, más bien, para ocultarnos las cosas.
Como explicó a DAVIDREY.com.ar el doctor Martín Monteverde, médico de Santa Fe Capital (Argentina) y referente indiscutido en toda esta lucha que significa informar en tiempos de «plandemia» y desinformación, el grafeno es «incluso en el mundo científico, un material relativamente nuevo. También son muy recientes las fábricas de este material; hace muy poco que descubrieron que podían fabricarlo a gran escala. Los científicos lo llaman ‘el material maravilla’».
«El grafeno es una monocapa de átomos de carbono», precisó Monteverde, «que se obtiene a base de láminas de grafito de un átomo de espesor. Este material tiene propiedades foto luminiscentes (responde a la luz y emite un campo visual) y electromagnéticas, ya que puede recibir y emitir ondas por el estilo. Es 200 veces más fuerte que el acero e interactúa muy bien con las neuronas».
¿Delirante, no? Por supuesto que sí. Sobre todo para aquella gente «convencida del relato oficial, de que existe un virus y de que las vacunas las van a proteger. Es muy difícil acceder a ellos», confió el médico. Y, la verdad, es que se torna bastante complejo intentar siquiera hablar de este tema con alguien convencido de la existencia de un virus indemostrable, de que efectivamente estuvimos o estamos en pandemia, de que hay que «vacunarse» cada seis meses contra «la variante» que sea, de que todo lo que escupe el televisor es verdad, de que hay que usar «doble barbijo» y de que incluso debemos inyectar con un experimento (ni siquiera probado en ratas) a nuestros propios hijos. Lo que dice Monteverde claro que es delirante, pero… si vamos al caso, ¿qué es más delirante, procurar una explicación de lo que ocurre o aceptar irreflexivamente cuanto absurdo se nos plantea?
Lo cierto es que el cine hollywoodense, por citar un ejemplo de entre tanta narrativa, siempre nos contó la historia de un «malo» que quiere «dominar» el mundo, de ahí que quizá hoy tengamos perfectamente naturalizada una «realidad» que, al tenerla frente de nuestros ojos, pasa desapercibida. ¿Quién se asombra de ‘eso’ que ya no solo que conoce sino que, además, lo tiene intrínsecamente asumido? No olvidemos que, durante siglos, los mismos esclavos trataron de «señores» a sus captores. Acaso, pues, el síndrome de Estocolmo (la persona que se encariña con su secuestrador) también podría explicar esta «apego» por parte del «rebaño» al estrafalario relato oficial, y de ahí que -como cosa normal- se vista de astronauta para ir a comprar el pan.
Del mismo modo, pues, en que tomamos un ibuprofeno para aplacar un dolor de cabeza, el óxido de grafeno llega por el torrente sanguíneo a nuestro cerebro y allí es donde tendría la propiedad de recibir y generar impulsos, presumiblemente a través de las antenas 5G, que condicionarían nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y, en consecuencia, nuestro comportamiento.
Profesor Pablo Campara.
Astroworld
Recientemente, en Huston (Texas, EE. UU.), asistieron (según los publicistas) 50 mil personas (habrán sido 15 u 16 mil) al espectáculo de un… rapero: Travis Scott. «Astroworld» se llamó el espectáculo y el requisito para «entrar» (pertenecer) era estar «vacunado». Lo cierto es que no estamos acostumbrados a ver demasiada gente que se descomponga de golpe cuando vamos a un estadio de fútbol que, por lo general, suele reunir por encima de 20 mil simpatizantes.
Los medios hablaron de una veintena de personas desvanecidas durante el espectáculo a causa de una estampida que habría tenido lugar, lo cual ciertamente no fue así. Luego, para disfrazar este yerro… hasta llegaron a titular con que hubo alguien que estaba «inyectando droga» a los espectadores. El caso es que algunos testimonios hablan de un centenar de asistentes que sufrieron complicaciones cardíacas durante el «concierto» y, por lo que se puede saber, al menos una decena de ellos fallecieron. Lo más asombroso de todo, sin embargo, es que están los videos en que intentan «reanimar» a las víctimas en el mismo momento en que el rapero, desde lo alto de una tarima, canta sobre ellos (como dirigiéndose a las víctimas, nada menos) y, repetidamente, vomita la palabra «muerte, muerte, muerte». Convengamos que un artista más humano no haría semejante cosa… y otro menos repugnante detiene el concierto y pide ayuda para que atiendan a esa gente que se está muriendo, ¿no?
El doctor Monteverde prefiere, sin embargo, no dar tantas vueltas y afirmar que, justamente, el estadio donde se había reunido tanta gente, estaba rodeado de antenas 5G, justamente las encargadas de emitir esas frecuencias que activan el grafeno instalado en el corazón de las personas. Pero claro que todo el mundo tiene derecho a pensar que había una persona inyectando droga a gente que se infartó, de repente… ¡y al mismo tiempo!
Uno ha de aceptar la realidad en función de lo que esté dispuesto a hacerlo. Están los que lo hagan en función de colegir libremente lo que efectivamente ocurre… y aquellos que ya van por «la tercera» y siguen prendidos a sus barbijos, es decir, los que siguen llamando «señor» a sus «amos» (ver inoculaciones contaminadas)
¿Y cómo se saca esa cosa del cuerpo?
«Cualquier bioquímico común que observe la sangre de la microscopia de un vacunado», indicó Monteverde, «verá el fenómeno de apilamiento de los glóbulos rojos, lo cual consigue la partícula de grafeno por electromagnetismo». Trombosis, miocarditis, arritmias, ACV, infartos, muertes súbitas son apenas unas de las palabras o expresiones que pasaron a formar parte de nuestro diario hablar a partir de la inoculación compulsiva que se llevó a cabo en todas partes. Gente sana que convulsiona de repente, jugadores de fútbol que se caen de un infarto en pleno partido, incontable cantidad de personas que tuvieron «la suerte» de padecer «una trombo» en una pierna y no en la cabeza… pasaron a completar el paisaje habitual de nuestros días, sin que muchos ni siquiera se extrañen por esto. Según explicó el entrevistado, por ejemplo, «la miocarditis, nunca antes se veía en pacientes jóvenes de 20 a 50 años. Es algo nuevo lo que está pasando ahora. Los vacunados con el grafeno tienen que tener mucho cuidado de forzar el corazón».
Para comenzar a sanear nuestra humanidad del tóxico recibido, según Monteverde, es esencial favorecer la creación de nuestro ‘antioxidante endógeno»: el glutatión, que tiene la capacidad de «robarle oxígeno» al grafeno y, de este modo, inactivarlo. «Queda un grafeno reducido y que ya no es tan dañino», explicó. Los antioxidantes que han de apurar este proceso son la vitamina D y el zinc, suplementos que se pueden adquirir en cualquier farmacia y cuyo tratamiento es de dos meses.
También la zeolita (una roca volcánica famosa por su capacidad para depurar la sangre de metales pesados, como el mercurio) serviría en este proceso de ayudar al vacunado en su restablecimiento físico. Ya, para casos más complicados y en presencia de una sintomatología más notable después de la inoculación y tras la revisión médica (ver entrevista) es preciso recurrir al Asemuk (N-Acetilcisteína), un poderoso mucolítico que se ingiere, en pastillas efervescentes, «uno por día, con medio vaso de agua».
Por el contrario, el vacunado o la persona que tenga síntomas, según explicó el doctor Monteverde, deberá evitar, justamente, ese mismo remedio que más se ha recomendado sobre todo en casos de supuesto Covid, es decir, el paracetamol. «El paracetamol inhibe al glutatión, es decir, a nuestro principal antioxidante». En lugar de este medicamento, el médico de Santa Fe recomienda la ingesta de ibuprofeno para casos de dolores o fiebre.
«Curiosamente, a raíz del coronavirus… lo que más recetaron los médicos era el paracetamol», le dije.
– Sí, sí… me respondió.
«Todo cierra en esta historia de terror. ¿En qué estamos mejor y qué estamos peor respecto de un año atrás».
-Estamos peor porque cada día hay más gente vacunada, que no supimos alertar a tiempo. Pero estamos mejor en el sentido de que cada vez hay más personas que están despertando…